Es común escuchar o leer en los medios que el Gobierno está enojado con los empresarios locales porque no invierten más. Luego de cada viaje al exterior el Presidente Macri suele comentar que en “los de afuera” percibe mayor optimismo que en “los de acá”.
Por Aldo Abram *
Esto último no debería extrañar. Tanto los hombres de negocios del exterior como los locales ven con buenos ojos el cambio de rumbo que ha hecho la gestión de Cambiemos.
Sin embargo, aquellos que tienen sus emprendimientos funcionando en Argentina, siguen sufriendo todos los días una presión tributaria que se ubica entre las más altas del mundo.
Es decir, una telaraña de regulaciones kafkianas y absurdas que implican un enorme costo en tiempo y plata, el acoso de una corrupción estatal endémica, una legislación laboral y gremial arcaica y litigiosa que encarece tomar trabajadores, inflación alta e imprevisibilidad histórica de las reglas de juego.
Los potenciales inversores locales o extranjeros que no han colocado su capital en el país no tienen que sobrevivir a todas estas dificultades y, por ende, pueden evaluar con más optimismo el cambio de rumbo.
Todos los contratiempos que enfrentan los empresarios, en mayor o menor medida, podrían haberse aliviado durante la gestión del presidente Macri; pero, en el mejor de los casos, se hicieron en forma muy gradual. Por eso, no tiene sentido el reclamo por la no llegada del boom de inversiones. Lo lógico es que los inversores vayan apostando al país en la misma medida en que se va resolviendo la herencia del kirchnerismo y de años de populismo. Así que es natural que el gradualismo en las soluciones económicas e institucionales se corresponda con el gradualismo en el incremento de la inversión, que de hecho viene creciendo y lo hizo en 2017 en alrededor de 10%.
Por último, el ministro Francisco Cabrera se quejó de los industriales que “lloran” (por el aumento de las importaciones) en vez de “ponerse a invertir para ser competitivos”. Los acusó de pretender “seguir comportándose como con el anterior Gobierno, pidiendo protección para poder cobrarles más caro a los argentinos y aumentar sus ganancias sin hacer esfuerzo alguno”.
Tiene razón, en parte, el ministro. Lamentablemente, estos sectores prebendarios han subsistido y pretenden seguir haciéndolo en base a un fuerte lobby. Sin embargo, también es cierto que la gran mayoría de ellos siguen comportándose como en la anterior gestión ultra proteccionista, porque la actual no cambió sustancialmente las reglas de juego.
Si el Gobierno quiere un cambio de actitud de estos empresarios, debe abrir la economía y obligarlos a competir. Eso los forzará a esforzarse e invertir o perderán plata. No es justo que los argentinos les llenemos los bolsillos a costa de nuestro bienestar económico.
Obviamente, estos “empresarios” argumentarán que se perderán empleos, una verdad a medias. El hecho de que se proteja un sector disminuye la demanda de divisas para importar; por lo que abarata el tipo de cambio. De esta forma, tanto los sectores que compiten con importados que no obtuvieron ese mismo privilegio y los que producen bienes que se pueden exportar verán caer sus ventas por ser menos competitivos. Se perderán muchos más empleos y producción en sectores más eficientes que pueden generar más riqueza para la sociedad, por proteger las ganancias de empresarios que pretenden obtenerlas sin esforzarse. Una empresa no puede ser más eficiente priorizando producir aquello en lo que no lo es. Un país tampoco; por lo que el proteccionismo nos condena a generar menores niveles de riqueza, bienestar y a mayores tasas de pobreza.
(*) Economista y director de “Libertad y Progreso”. Twitter: @AbramAldo