La vida en Venezuela se ha vuelto insoportable en 2016. Nadie imaginó que una nación a la vanguardia en la medicina mundial, se muera gente de gripe y no haya agua potable, ni alimentos.
Inseguridad, cortes de luz y agua, colas para comprar productos básicos. Estos era los problemas que vivían diariamente hace 3 años. Venezuela era un país en crisis, pero nadie pensó que se deterioraría tanto. Ni tan rápido.
Venezuela es uno de los principales productores de petróleo y minerales, con paisajes maravillosos como Argentina, hoy es el país con la inflación más alta del mundo, la mayor tasa de homicidios, la mayor frecuencia de cortes de luz, y uno de los de peor calidad de vida.
El gobierno de Hugo Chávez, les dio educación, salud y vivienda a millones de personas que, incluso en la presente debacle, se sienten irrevocablemente agradecidas.
Pero lo que hoy vive el país –más allá del dudoso argumento que “están peleando una guerra económica gestada por la derecha internacional”, como alega el presidente Nicolás Maduro– refleja un deterioro abismal en la calidad de vida de la mayoría en Venezuela.
La luz se va a diario
La electricidad es imprescindible en una zona tropical donde la gente vive cada vez más encerrada por el miedo a las bandas armadas. El Comité de Afectados por los Apagones, reportó 8.250 cortes generales y nacionales de luz, en sólo 3 meses. No hay cifras oficiales sobre el número de apagones.
Comprar un generador eléctrico a precio regulado –importado y subsidiado por el gobierno– es una alegría por la que muchos están dispuestos a pasar incontables gestiones burocráticas o unas horas de fila. Paradójicamente estos subsidios dispararon el consumo eléctrico en los últimos años: el que solo tenía aire acondicionado en el cuarto, ahora también tiene en la sala y el comedor. El gobierno impulsó el consumismo y nada habló de racionamiento y de educación. Ahora esos aparatos ya son inservibles.
Agua: sucia, hedionda y con cortes
Respecto a los cortes de agua en todo el país, no hay un comité de afectados, pero a diferencia del problema eléctrico, el del agua sí golpea fuerte a Caracas. En el paisaje de cualquier barrio popular caraqueño, a las antenas de TV satelital, se le añadió un tanque azul de agua en todos los techos.
Pero también hay problemas de calidad: el agua llega amarillenta, y con rancio olor, lo que obliga a purificar los tanques. En la región central del país, el agua emite un olor a hierro que impregna la piel y hace arder los ojos.
Algunas comunidades han optado por construir pozos del que pueden sacar agua de la profundidad de la tierra, sin depender del abastecimiento central.
En algunos puntos -por alguna razón milagrosa- hay un tubo del que siempre sale agua de manantial. Alli las filas son largas, como en África, con personas que cargan un botellón vacío. Pero también hay camiones cisterna -tolerados por las autoridades- que abastecen por grandes sumas a hoteles y edificios residenciales de clase alta, donde las minorías acomodadas sí mantienen una calidad de vida de lujo.
Paradójicamente cuando llueve no deja de haber problemas para las mayorías, porque las inundaciones y derrumbes afectan a miles de personas cada vez que cae un palo de agua. “Sobre llovido, mojado”, como reza el dicho popular.
El venezolano perdió hasta la alegría
Muchos venezolanos saben lo que es bueno: a lo que sabe –y lo que es– un queso holandés; lo que es pasar –y repetir– unas vacaciones en familia en un resort con todo incluido. Venezuela fue históricamente el tercer consumidor de whisky, bebida que no hacía distinciones de clase.
Ahora, con una inflación que ya es hiperinflación, el venezolano sólo recuerda la ida a algún restaurante, haberse tomado un taxi o comer carne y pescado.
La angustia es casi existencial, porque el venezolano perdió aquello que lo hacía especial ante el mundo: la Alegría.
El 87% de los venezolanos dice que su ingreso es insuficiente para comprar alimentos, según la Encuesta de Condiciones de Vida de 2015 realizada por tres prestigiosas universidades.
Entonces pasan sus días esperando al frente de los supermercados, con una sombrilla para protegerse del sol inclemente, a ver si logran comprar los alimentos a Precios Cuidados subvencionados.
Esa ansiedad de no saber si comerá hoy, se exacerba cuando se piensa en futuro: ahorrar o invertir es un absurdo para el venezolano, que encima se endeuda para paliar la inflación y la pérdida de la capacidad adquisitiva. Muchos recurren a empleos informales: médicos taxistas, ingenieros meseros, maquilladores que revenden productos básicos.
No es que para el venezolano la plata sea todo, sino que cuando deja de alcanzar para alimentar, educar y hacer feliz a su familia, la interacción social se corta. No hay nada más sagrado para el venezolano que su gente querida: la interacción con la familia, los amigos o los colegas es una actividad prioritaria.
Por eso es que hablan tanto por celular. Uno de los consumos que más ha crecido en Venezuela recientemente es el de comunicaciones, debido –también– a los precios regulados, muchísimo más baratos que en cualquier país de la región. Sin embargo, por esa razón ha sido imposible mejorar el servicio, que es peor cada día. Los venezolanos ahora no pueden hacer llamadas internacionales desde sus celulares, ni la función de cámara de Skype, puesto que Venezuela cuenta con la conexión más lenta de América Latina. La frecuencia con que se cortan las llamadas o se cae Internet es pan de cada día.
El miedo de morir
Pero además de aislados por las comunicaciones, los venezolanos se han venido encerrando por el miedo a que se cumpla una de esas historias de descuartizamientos, secuestros o masacres que se oyen por ahí (y suceden).
Las noches en las zonas de clases media y alta por todo el país se convirtieron en un desierto donde solo suenan animales tropicales.
Que Venezuela sea uno de los países con más homicidios del mundo agrava la percepción de inseguridad. Aunque venezolanos que perdieron la sensibilidad ante la muerte los hay, como quienes realizan y celebran los linchamientos a delincuentes.
A las muertes por crímenes, se suman las víctimas de enfermedades, que convierten una gripe en una neumonía fatal por la falta de medicinas.
La escasez de medicamentos e insumos hospitalarios parece haberse desbordado en el último año. Según el Ministerio de Salud, en 2015 aumentó 31% la mortalidad general en hospitales. Algo grave para Venezuela, pionera mundial en la microscopia electrónica, en la investigación de la diabetes, en la erradicación de la malaria, en el estudio genético.
Nadie se imaginó que en ese país, una enfermedad menor fuera a generar la angustia de un cáncer.
Fuentes: BBC, Dinero.com.