“Las actitudes del gobierno que vemos a diario, son incomprensibles en un país que fue muy golpeado por la violencia política y que no quiere volver a esos días, por absolutamente ninguna razón ni persona, sea quien fuere.”
Por Germán Gegenschatz (Escrito el 13 de febrero)
El 18 de enero de 2015 será un día recordado para siempre y por todos. Es el día en que se cayeron los telones, en que los métodos practicados por el poder quedaron a la vista en el desayuno de un amanecer que nos despertó el alma.
Sin lugar a dudas hubo un golpe, un golpe bajo a todos cuantos de buena fe creyeron y apoyaron a un gobierno que se asumía como mejor que los demás, como más sensible y humano y con buenas intenciones, aún cuando ya hace unos años muchos de sus miembros dejan bastante que desear.
Un gobierno que siempre acumuló el poder con el desaconsejable recurso de dividir la sociedad entre buenos y malos, siguió atacando a la víctima, no se midió en sus actos, ni en sus dichos, ni en sus reacciones como venía haciendo antes del 18E, y a medida que se acerca el 18F sigue y profundiza el error cada vez más.
Cuando desde el poder se empiezan a elegir formas de hacer y comunicar más bien agresivas y confrontativas, vacías de compasión y consideración con aquél que quizás no comparte sus ideas, se comienza generar en la sociedad, muy lentamente, un sentimiento de rechazo. Esto ha venido sucediendo durante varios años.
En el contexto en que la sociedad ya mostraba signos de cansancio con ciertas actitudes del poder, más una economía en “retroceso cuidado”, la respuesta del gobierno a la denuncia de Nisman primero y luego a su muerte, sorprendió por lo violenta, generó espanto y también miedo en la sociedad. Sin descanso se sumó el triste espectáculo de ver en vivo la forma de actuar que el seno del poder tiene con Nisman y tuvo con quienes se interponían en su camino.
Hoy, aún cuando la sociedad entera ignora la verdad de lo sucedido, el escarnio al que se ha sometido desde el poder a la persona de Nisman, el ninguneo del dolor de su familia y el desprecio hacia el trabajo del fiscal salpicó con sangre a todo el oficialismo. Desde la Presidencia de la Nación hasta el último de los ministros, senadores, diputados, periodistas y quienes solo por genuflexos se terminen sumando a la lapidación de la víctima permanecerán, como una marca indeleble, en el recuerdo de todos.
El apoyo al gobierno se reduce al ritmo de su agresividad, y las adhesiones se explican por un mix de conveniencias personales, carencias de calidad humana y cegueras intelectuales o políticas. Las actitudes del gobierno que vemos a diario, son incomprensibles en un país que fue muy golpeado por la violencia política y que no quiere volver a esos días, por absolutamente ninguna razón ni persona, sea quien fuere.
Los argentinos somos solidarios, pacíficos, nos gusta compartir la mesa familiar los fines de semana y la abrumadora mayoría abraza alguna creencia religiosa, que pone en práctica más o menos, pero que influye, y mucho, en las reacciones sociales frente a las tragedias. También queremos trabajar y progresar sin conflictos.
Por esto que somos es que frente a la muerte nos compadecemos y el impulso generalizado es perdonar. Por todo esto también, a días solamente de la muerte de Nisman, la sociedad no se moviliza desde el interés de la facción sino desde el deseo de ser una comunidad en paz, con justicia, con democracia, con respeto recíproco y a la ley. Quizás de aquí surge la masiva adhesión a esta verdadera “re-unión” del 18F. Es la sociedad civil que se decide a ser el escudo humano a su justicia y su democracia, que la sabe con defectos, pero que quiere mostrarle lo mucho que espera de ella, que quiere que no se sienta sola frente a la agresión de grupos del poder que buscan impunidad, una justicia que se la quiere eficiente y valiente siempre, fundamentalmente frente a los delitos de los poderosos.
En definitiva, cada uno tendrá sus razones para ir o no ir a esa gran re-unión argentina del 18F, pero parece ser que el 18F es, para casi todos, una forma de decir basta.