La gran deuda de las cuatro décadas pasadas es no haber consolidado un proceso continuo de crecimiento. El gran logro: haber recuperado la democracia. Surgen dos aspectos clave para el futuro: lograr resistencia a los shocks internacionales y, sobre todo, ser competitivos
Por DANTE SICA, director de ABECEB y ex secretario de Industria y Minería de la Nación
“Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”, esa recordada frase pertenece a Nicolás Avellaneda, presidente de Argentina a fines del siglo XIX. En esta línea, puede resultar útil extraer las enseñanzas que nos han dejado los últimos cuarenta años, de manera de saldar las deudas pendientes y evitar repetir los errores del pasado. En particular, dos aspectos serán clave para el futuro de nuestro país: lograr resistencia a los shocks internacionales y, sobre todo, ser competitivos.
En primer lugar, es importante considerar los cambios originados en el contexto externo, dado que el desarrollo de cualquier país, y también el de Argentina, depende de las oportunidades y amenazas que plantea este escenario.
La economía global se trasformó de manera notable en los últimos cuarenta años: se pasó del régimen de Bretton Woods al afianzamiento de la globalización, con creciente importancia del comercio y los flujos de capitales. También se modificó de manera significativa el equilibrio de poder. El nacimiento del euro significó para el dólar la aparición de un competidor como moneda de reserva internacional, mientras que el crecimiento sin precedentes de China desplazó el eje del poder económico hacia Asia.
UN NUEVO CONTEXTO
Todo esto fue configurando un nuevo contexto para la producción global. El comportamiento de las grandes multinacionales fue trasladar las tareas de producción mecanizadas hacia los países asiáticos, buscando aprovechar las ventajas de costos. Mientras que las economías desarrolladas apuntaron a retener el agregado de valor a través de la innovación, las nuevas tecnologías y una mayor densidad de servicios.
En contraste, Latinoamérica mostró continuidades notables en ese mismo plazo.
A pesar de las oportunidades sin precedentes que trajo el boom de materias primas, la región continuó insertándose en la economía global de igual forma: exportando recursos naturales.
No hay ningún país que haya pegado el salto hacia la industria y los servicios de alto valor agregado. Así, la región se mantuvo al margen frente a las nuevas cadenas globales de valor, reteniendo la producción y exportación de productos primarios.
En Argentina, el cambio más importante se dio sin dudas en lo político, y es la recuperación de la democracia hace más de treinta años. Esto ha resultado de máxima relevancia, dado que en cualquier sociedad moderna esta forma de organización social constituye el pilar sobre el cual construir las instituciones económicas y resolver los conflictos de interés desde el consenso.
Pero más allá de este gran avance, nuestro país ha sostenido continuidades poco agradables en los pasados cuarenta años.
En pocas palabras, seguimos sin poder poner en marcha un proceso de crecimiento sostenido que permita encaminarnos hacia el catching up con el nivel de ingreso per cápita de las economías más avanzadas; es decir, lograr el desarrollo.
DOS LECCIONES BÁSICAS
En este marco, la evidencia internacional y local permite extraer dos enseñanzas básicas que podrían resultar útiles para Argentina de cara al futuro. La primera es que no habrá crecimiento sostenido sin una estrategia para aprovechar las oportunidades que brinda la economía internacional, como muestran los casos de Corea y China y, en la región y de manera más modesta, Chile.
La segunda es que integrarse en la economía mundial es difícil. Lo es desde el lado financiero porque la economía queda más expuesta a shocks de origen externo, y también desde el punto de vista comercial porque hay que hacerse competitivo en ramas con alto valor agregado para hacer el catching up.
Aunque los recursos naturales son la base para acumular el capital y los conocimientos que el crecimiento reclama, lamentablemente el hecho de contar con ellos no alcanza por sí solo.
De estas dos lecciones se deduce que Argentina tiene que encontrar la forma de hacerse resistente a los shocks internacionales, pero sobre todo, debe lograr ser competitiva.
Una macroeconomía sana constituye una condición necesaria para lograr estos dos objetivos. Esto supone, antes que nada, evitar las situaciones de dominancia fiscal que llevan al descontrol monetario –como en los períodos de alta inflación de las últimas décadas– o al sobreendeudamiento externo –como a fines de los setenta y en los noventa–. Asimismo, requiere mantener precios relativos en línea con los fundamentos de la economía y esto incluye desde el tipo de cambio y los salarios hasta las tarifas de los servicios públicos.
MÁS PRODUCTIVIDAD
Sin embargo, con la macro no será suficiente. En particular, para ser competitivos hará falta más. La manera sostenible y donde “todos ganan” de lograr este objetivo es aumentar la productividad. Y el camino hacia la productividad es la inversión, la incorporación de tecnología, una infraestructura adecuada, y el desarrollo de instituciones creíbles que aseguren no sólo un clima de inversión amigable, sino también bajos niveles de conflicto social.
Nuestro país se apoya en tres plataformas productivas –alimentos, energía y minería-, pero para aprovechar esta ventaja, como así también sus encadenamientos sobre otros sectores de mayor valor agregado, será necesario recuperar y fortalecer las condiciones que definen la competitividad sistémica.
Esto requerirá el diseño de un plan integral de adecuación de la infraestructura vial, ferroviaria, portuaria, fluvial, aeroportuaria, comunicacional y energética. Será menester además, potenciar el Sistema Nacional de Innovación, ampliar la base y la calidad del sistema educativo y apuntalar el mercado financiero local. También demandará definir una estrategia de inserción externa, donde la clave pasa por recuperar la alianza con Brasil, pero también revalorizar el Mercosur.
Así, de las últimas cuatro décadas se desprende que las deudas son importantes. Pero haber recuperado la democracia es un gran paso. Es hora de optimizar el espacio que ella genera para buscar consensos y construir las instituciones económicas que el desarrollo necesita.
El mundo seguirá brindando oportunidades para lograr este objetivo, esta vez el desafío es poder tomarlas.