La meca de las start ups en Latinoamérica es actualmente Chile, gracias a un programa gubernamental que ofrece a emprendedores de todo el mundo una visa de residencia y US$ 40.000 para desarrollar ideas.
El programa, llamado Start-Up Chile, fue lanzado en 2010. Su objetivo fue reducir la dependencia del país de las exportaciones de materias primas y convertir a Chile en centro de innovación y tecnología de América Latina. Fue un experimento audaz, aclamado por los economistas que advierten a las naciones ricas en recursos naturales que la nueva economía es del conocimiento.
Cinco años después, los resultados son mixtos. Start-Up Chile ha puesto a un país conocido por sus grandes minas de cobre en el radar de expertos mundiales de tecnología, que han apodado a Santiago, como “Chilecon Valley”.
Casi 18.000 nuevas empresas de 130 países se han postulado, y cerca de 1050 de 77 países (20% de ellas de Chile) han sido admitidas al programa, que requiere a los postulantes operar en el país durante al menos seis meses.
A la llegada de estas nuevas empresas se atribuye un renovado interés por los emprendimientos empresariales a nivel local. Quienes apoyan la iniciativa dicen que ésta ha cambiado las actitudes de los chilenos y los ha provisto de una red global de contactos de negocios.
Sin embargo, Start-Up Chile gastó US$ 40 millones en subvencionar estos proyectos de negocios, y sus logros económicos han sido limitados. Alrededor de 80% de las empresas extranjeras aceptadas dejan el país después de haber cumplido la estancia requerida de seis meses. Cerca de 300 nuevas empresas son aceptadas cada año, pero la gran porción que opta por irse del país destaca los obstáculos que Chile todavía enfrenta para el fomento de la iniciativa empresarial y la innovación fuera de sus industrias básicas.
Aljosha Novakovic, un graduado de 25 años de edad de la Universidad de California en Santa Bárbara, regresó a San Francisco después de pasar un año y medio en Chile administrando Medko Salud, una firma que ayuda a los estadounidenses a encontrar médicos con buena reputación en el extranjero.
“Los inversionistas y los consejos que recibes allí (en Chile) y aquí (en EE.UU.) son un poco diferentes”, dijo Novakovic. “En Chile no hay muchos inversionistas sofisticados ni personas que sean verdaderos asesores de startups, así que no hay tanto incentivo para quedarse”.
El financiamiento de nuevas empresas tecnológicas en América Latina sigue siendo mucho menor que en EE.UU., pero está creciendo rápidamente.
El año pasado, las inversiones de capital de riesgo en América Latina totalizaron US$ 526 millones, frente a US$ 63 millones en 2010, según el Latin American Private Equity & Venture Capital Association, con sede en Nueva York.
La mayoría de los administradores de dinero están en Brasil y México, los mercados más grandes de la región.
“La recaudación de fondos es increíblemente difícil”, dijo Francisco Troncoso, emprendedor chileno y cofundador de Uanbai, que permite a las empresas recibir pagos en Twitter y otros medios sociales. “Ellos no entienden el espíritu empresarial. Quieren seguridad, el trato terminado. Y quieren un gran pedazo de la torta”.
Mientras tanto, la diversificación de la economía chilena se ha vuelto más urgente que nunca en momentos en que la demanda de cobre, la exportación más importante del país, ha disminuido. El año pasado, la economía de Chile creció sólo 1,9% frente al 5,8% de 2010.
Start-Up Chile dice que trabaja para conseguir que más emprendedores se queden. Este año, comenzó un fondo de seguimiento para darle a algunas compañías US$ 100.000 más. Para obtener el dinero, las firmas tienen que incorporarse en Chile, acordar quedarse al menos un año, proveer asesoría a posibles emprendedores y cumplir con otros requerimientos.