“Era un artista plástico que cultivaba cannabis”, afirma Rodolfo Palacios sobre Fernando Araujo, a quien define como un “bacán” de clase alta y un “bon vivant” en su nuevo libro “Sin armas ni rencores”.
13 de Enero de 2006. Cinco delincuentes entran cerca del mediodía al Banco Río de Acassuso, barrio pudiente del Gran Buenos Aires. Dos se cubrían con capuchas. Otro llevaba un traje gris, otro un delantal de médico y por último, uno lucía una peluca rubia y se hacía llamar “Susana”. La tranquilidad del verano porteño dará paso a la vorágine informativa, con todos los canales de noticias transmitiendo en directo un aparente robo fallido que termina con una tensa toma de rehenes.
Aunque el ladrón de traje gris demuestra demasiada seguridad para alguien acorralado. No está nervioso. Toma el handy de uno de los guardias y se dirige a uno de los 200 policías que rodean el banco. “Sacame la gente que tenés en el techo porque te mato un rehén en vivo y en directo”, dice, al mejor estilo Al Pacino en Tarde de Perros. Así comenzaría una odisea de casi ocho horas.
Mientras la policía se sentía en control de la situación, un segundo grupo de delincuentes concluía un boquete que conectaba el banco con los desagües que daban al Río de la Plata. Así pudieron llevarse, en dos gomones y con mucha ingeniería, el contenido de 145 cajas de seguridad, que hoy valúan en 8 millones de dólares. Durante todo el tiempo que permanecieron adentro del local, los ladrones desconcertaron a los grupos de elite de la policía: pidieron pizza y gaseosas y hasta le cantaron el feliz cumpleaños a una de las rehenes.
Cuando ya no escucharon ruidos, el Grupo Halcón se lanzó alarmado a tomar el edificio, para encontrar a los 23 rehenes ilesos, el túnel por el cual huyeron los ladrones, armas de juguete y una nota que decía “En barrio de `ricachones´, sin armas ni rencores. Es sólo plata, no amores”. Será el ridículo más grande de la policía argentina en su historia.
Sin armas ni rencores
“Habré entrevistado a unos cincuenta ladrones, pero ninguno como Fernando Araujo. Podría haber sido profesional o empresario, pero eligió otro camino. Y no pudo con su obsesión de robar un banco como si fuera un acto artístico”, relata a Gabriela Oprandi el periodista Rodolfo Palacios, autor de Sin armas ni rencores, el libro en el que cuenta cómo se ideó el gran golpe al Banco Río de Acassuso y también cómo fue que descubrió al ideólogo del robo ocurrido en enero de 2006.
El robo fue tan espectacular, que incluso en marzo se comenzará a rodar una película inspirada en el hecho y dirigida por el director Leonardo Di Cesare. También dió lugar a varios libros, uno de los más recordados el de Luis Beldi (“El Robo del Siglo – La Historia Secreta”, de Editorial El Ateneo – 336 pag.), centrado en el atraco, pero también en una historia sentimental y una mujer despechada que llevaría el “plan perfecto” a la perdición meses después.
En diálogo con Gabriela Oprandi de la agencia Noticias Argentinas, el periodista y escritor Rodolfo Palacios dice que “el ideólogo era un artista plástico que enseñaba artes marciales y cultivaba cannabis”.
Palacios comenzó a trabajar en la historia del robo al banco, publicada por Editorial Planeta, desde el día en que ocurrió el hecho, el 13 de enero de 2006, cuando él escribía crónicas policiales en el diario Perfil. Desde ese entonces, se dedicó a entrevistar a los integrantes de la banda que fueron condenados por el hecho, quienes ya recuperaron su libertad.
Además, se entrevistó con los policías del Grupo Halcón que negociaron con los ladrones que tomaron rehenes dentro del banco, con fuentes judiciales y con Alicia Di Tullio, la ex mujer de uno de los integrantes de la banda, que fue quien los delató ante la Justicia y por la que el “magnífico plan” en el que trabajaron durante más de dos años se les vino abajo y cayeron presos.
—¿Cómo surgió la idea de escribir sobre el robo al banco Río de Acassuso?
—Siempre me fascinó el robo. Y empecé a cubrir el caso desde hace nueve años.
—¿Con qué arrancaste?
—Surgió hace unos seis años. Al primero que entrevisté fue a Beto de la Torre. Y siempre estuvo la idea de escribir un libro. Pero no iba a hacerlo si no conseguía hablar con la banda. Pude hablar con seis de los siete ladrones.
—¿Por qué decís que este robo es “único en el mundo”?
—Porque en el mundo no hubo un robo similar. Que haya tenido la combinación de un boquete y huida por un túnel y un asalto exprés simulado con toma de rehenes. Es decir: la Policía pensaba que todo ocurría en la planta baja y en el primer piso, pero lo más importante acontecía en el subsuelo, donde vaciaban las cajas de seguridad.
—¿Cómo comenzó la búsqueda del ideólogo? ¿Sospechabas de Araujo?
—Llegué casi por descarte. Al principio los periodistas presentábamos como líder o ideólogo del robo a Beto de la Torre, el primero en caer; o a Luis Mario Vitette Sellanes, el más mediático. Pero ellos no habían sido los padres de la criatura. Julián Zalloechevarría mucho menos. Quedaban dos opciones: Sebastián García Bolster y Fernando Araujo, salvo que el líder no hubiera caído nunca. Pero la certeza me llegó por varios indicios: Di Tullio, la mujer despechada que delató a la banda, nombraba a Araujo como el que había armado todo; Vitette decía que el plan se le había ocurrido a alguien de San Isidro; en el expediente hay alguna sospecha que me terminó confirmando una fuente policial, y después lo chequeé con el resto de la banda.
—¿Fue difícil llegar a él?
—No fue fácil porque nunca había dado notas. Siempre tuvo un perfil bajo. Le mandé cartas, hablé con su abogado, traté de convencerlo a través de sus compañeros. Sin Araujo no hubiese escrito el libro. Pero él pensó que aunque no me diera su testimonio, lo iba a escribir igual. “Antes que escribas de mí sin saber, prefiero darte mi testimonio”, me dijo. Tardé un par de años en lograr entrevistarlo. También me había llamado la atención que se tomara el trabajo de dejar la frase “En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores”. Está un poco arrepentido de eso. Dice que en vez de ricachones hubiese puesto bacanes porque ricachones suena ofensivo.
—¿Qué es lo que te atrapó de su historia?
—Que era un artista plástico que enseñaba artes marciales, practicaba deportes de riesgo y cultivaba cannabis. Y que no era marginal o un pesado del hampa. Era atractivo poder hablar con el ideólogo y líder del robo más audaz de la historia criminal argentina, y que cuente la génesis de su obra delictiva.
—¿Cómo describís su personalidad?
—Habré entrevistado a unos cincuenta ladrones, pero no había conocido a ninguno que se le parezca a Araujo. Es un bicho raro del delito. Es de clase media alta, formado en una familia de San Isidro, con estudios universitarios y formación religiosa. Podría haber sido profesional, gerente, contador, empresario, arquitecto, pero eligió otro camino. Y no pudo con su obsesión de robar un banco como si fuera un acto artístico. Ahora vive en Palermo, está en pareja con una marchand y planea radicarse en Europa una vez que logre la libertad definitiva.
—¿Qué es de la vida de los protagonistas del robo hoy?
—Todos están libres. Araujo es personal trainer, pinta cuadros y sigue enseñando jiu jitsu. Beto de la Torre publicó su historia en un libro de Luis Beldi y estudió Comunicación Social. Zalloechevarría estudia Derecho. García Bolster volvió a arreglar motos en su taller. Y Vitette atiende una joyería en San José (Uruguay) y se casó en diciembre con su novia Elicet.
—¿Se sabe algo de los otros dos integrantes de la banda que no fueron detenidos?
—Con uno de ellos me reuní dos veces y le perdí el rastro. En el libro aparece mencionado como el hombre invisible o Debauza.
—La banda logró el robo, pero después, algo falló…
—Falló el factor humano, eso es lo que dice Araujo. Un informe de un psicólogo que analizó el robo de dos millones de dólares en la empresa Brink, en Boston, ocurrido en 1950, fue lapidario: un millón de dólares en manos de alguien que nunca tuvo dinero produce el efecto de un martillazo en la cabeza. El efecto psicológico es inevitable: una fortuna repentina en un ladrón genera confusión mental. Los ladrones siempre terminan delatándose de modo inconsciente, o gastando el dinero y llamando la atención. O siendo delatados por mujeres fatales. En este caso fue Alicia Di Tullio, la mujer de Beto de la Torre, que denunció a él y a la banda porque creyó que la iba a dejar por una mujer más joven.